Chiclana, una ciudad vitivinícola
Los fenicios procedentes de Tiro fundaron el Templo de Melqart en el actual islote de Santi Petri. Recientes excavaciones han demostrado que también crearon un asentamiento en lo que hoy es el centro urbano de Chiclana, en torno al barrio de El Castillo, donde se han hallado restos de murallas y viviendas del siglo VII a. C. y, también, de ánforas de aceite y vino, probablemente “vino de Tiro”. Como en todo el marco de Jerez, en Chiclana no se atestigua el cultivo de la vid hasta el siglo VI a C., cuando los cartagineses, a partir de la caída de Tiro a manos del babilónico rey Nabucodonosor, extendieron el cultivo, la poda, la vendimia, la fermentación, la comercialización y el transporte de vino por todo Occidente. En Sancti Petri y en el poblado de Doña Blanca se han localizado el mayor número de ánforas de vino en el sur de Europa, en cifras sólo comparables a las halladas en Sicilia.
La dominación romana continuó con el cultivo vitivinícola. En el siglo I d. C. el gaditano Lucio Iunio Moderato Columela escribió su famoso tratado en doce libros, De re rustica, el compendio sobre agricultura más completo del mundo romano, en el que relataba el gran desarrollo de la viticultura en la Bética y, sobre todo, en el Ager Ceretanus, lo que hoy vendría a ser todo el Marco de Jerez. Según Varrón, el vino en el sur de Hispania recibía el nombre de Bacca y la uva autóctona más común era el coccolobin.
En la Baja Edad Media y durante la dominación musulmana –los árabes fueron quienes introdujeron la destilación en el sur de la Península Ibérica–, en la provincia de Cádiz no dejó de producirse vino, aunque su consumo se convirtió en un privilegio de las clases altas. La delimitación de Chiclana en los últimos siglos de la Reconquista como zona fronteriza provocó la despoblación y el abandono de los viñedos ante el avance de las tropas cristianas. Es repoblada en torno al cerro del Castillo a partir de 1303, con la cesión de la villa por parte del rey Fernando IV a Don Alonso Pérez de Guzmán.
La existencia de viñedos y bodegas en Chiclana está bien documentada desde la Edad Media por la frecuencia en la que aparecen en la documentación municipal concesiones, licencias y reparto de tierras para el plantío de vides. A partir del siglo XV, ya se registra la presencia en el término de viñas y lagares cuyos dueños eran mayoritariamente la alta burguesía, nobles, eclesiásticos y militares de Cádiz. En el Catálogo de Documentos Medievales del Archivo Catedralicio de Cádiz (1263-1500), consta la donación de las viñas que poseía en Chiclana el insigne obispo Gonzalo de Venegas. A lo largo de este siglo, según los libros de Cuentas del Ducado de Medina Sidonia, el derecho de uso de las tierras de Chiclana se obtenía a cambio, entre otros pagos, de “la novena parte del precio del vino”.
Será, sin embargo, en el siglo XVI, coincidiendo con un notable aumento de la producción y exportación a América, cuando el viñedo chiclanero se multiplica. El historiador gaditano Agustín de Horozco, que vivió en el siglo XVI, lo dejó escrito:
“An abierto en ella [Chiclana] los vecinos de Cádiz grandes heredades de viñas, i con ellas i la de sus moradores tiene grande cosecha de vino i muy bueno”.
La expansión vitivinícola de Chiclana seguiría en el siglo XVII y XVIII, en el cual ya es posible establecer una superficie aproximada dedicada al viñedo, al menos de 1.475 hectáreas en 1748, ocupando los pagos de Fuente Amarga, Majadillas, Cañadillas, Fontanal, Guarejo, Algarrobillo, Martín Ximénez y Vega de Hernán Pérez. Ya entonces, el vino de Chiclana no sólo abastece a las flotas de Indias sino que tiene una notable aceptación en todo su entorno. El Cabildo informa a don José Carvajal y Lancaster, ministro de Estado, de que Chiclana “de vino tiene todo el que necesita y aunque le sobra la sexta parte del que recoge regularmente, todos los años se extrae para la bahía de la ciudad de Cádiz y pueblos de esta circunferencia”.
Con la intención de relanzar el Comercio con América y “disfrutar de las regalías del repartimiento de buques en la Armadas de Flota y Galeones” se crean en 1756 las Ordenanzas de los Cosecheros de Vino de Chiclana, que tardarían diez años en ser aprobadas por el Real y Supremo Consejo de Castilla. Demasiado tarde. Los Gremios de Vinatería de Jerez (1733) y El Puerto de Santa María (1745) habían conseguido la exclusividad del mercado exportador con la imposición del derecho de Cargado y Regalía. Pero de ningún modo, esto significó el cese de la plantación de viñedos y producción de vino, que siguió ofreciendo “mucho fomento al pueblo y es uno de los nervios que la sobstienen”, según el Catastro del Marqués de la Ensenada de 1776. Las viñas ocupaban ese año 2.800 aranzadas y su mosto ya abastecía a El Puerto de Santa María y Jerez.
Ya a comienzos del siglo XIX se podía hablar de un predominio absoluto del minifundismo, al que no era ajeno los sucesivos repartimientos de tierras para viñas en el siglo XVI y XVII; por ello, la media básica de la parcela es aún en Chiclana de una suerte (aranzada y media). Esta excesiva parcelación de viñedos –en menor medida, usual también en la huerta– ha pervivido, como la costumbre de vecinos de Cádiz de detentar hacienda, viñedo y bodega hasta bien entrado el siglo XX.
Sin embargo, “el esplendor en el cultivo de viñedos y exportación de caldos de la tierra, entre los siglos XVII y XVIII, comienza con una tendencia a la baja en el siglo XIX, acentuándose con la ocupación francesa”. La llegada de las tropas del Mariscal Victoria Chiclana en febrero de 1810 y su permanencia hasta agosto de 1812, constituyó la completa destrucción del viñedo chiclanero. Mientras, los diputados de las Cortes de Cádiz disfrutaban en tabernas, como La Privadilla, trocando “de vez en cuando algún discurso pesado por el generoso vino de Chiclana” , según Ramón Solís. A marcha del ejército napoleónico, ”Chiclana queda arruinada y casi despoblada, agotada su ganadería, exhaustos sus campos por falta de cultivos y desmantelada su industria vitivinícola”, como escribe Félix Arbolí. En 1818, el Cabildo apenas contabilizó 307 hectáreas de viñedo.
A partir de la década de los veinte, “resurgen de nuevo el cultivo y, con ello, el comercio de caldos a Europa y América” . Aunque la recuperación fue extremadamente lenta, a la sombra de Jerez, El Puerto de Santa María, Sanlúcar y Cádiz, en donde se criaban mostos mayoritariamente procedentes de los viñedos de Chiclana, por parte de empresas como Lacave y Cía., Miguel M. Gómez y Abarzuza.
Es a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX cuando, a través de empresas exportadoras, el comercio del vino de Chiclana comienza a vivir una nueva época dorada, a la vez que se generaliza la venta de su mosto a las principales bodegas de El Puerto de Santa María y Jerez. La “Revista Vitícola y Vinícola” de Jerez señalaba años después a los vinos "de Chiclana, Trebujena, Lebrija y la provincia de Huelva” como “los que se importan aquí para ser después exportados con el nombre de Jerez”.
Esa expansión hizo que, de nuevo, se alcanzaran aproximadamente 2.000 aranzadas de viñas de “tierra arenosa y algunas alvarizas”, según Pascual Madoz, entre 1846 y 1850, fecha de publicación de su famoso Diccionario, en el que destaca “la producción de vino y sus miras exportadoras”, cifrando entre 25 y 30 el número de bodegas. El dato proporcionado por Madoz coincide con las 2.151 aranzadas (1.015 hectáreas) registradas en 1876, año en el que el Rey Alfonso XII le concede el título de Ciudad a la Villa de Chiclana ante “el desarrollo de su industria y su comercio”, eminentemente vitivinícola. La explosión económica constata el aumento de la superficie del viñedo hasta 3.410 hectáreas en 1883. Existía en la villa de Chiclana a finales del siglo XIX un total de 52 bodegas, 109 cosecheros de vinos y mostos, 14 almacenistas de vinos y 6 fabricantes de aguardientes, datos que resaltan el gran peso social y económico de los “agricultores de viñas” o lo que es lo mismo: “Que muchos de los que controlaron la tierra y la producción, controlaron también las bodegas y posteriormente su comercialización”.
Coincidiendo con dos décadas de bonanza económica en todo el país con el empuje del Marqués de Bertemati, que en 1884 había creado la Colonia Agrícola de Campano, Chiclana alcanza su mayor producción vitícola con 3.725 hectáreas en 1892, lo que supuso la práctica desaparición de las tierras de olivar. Las variedades cultivadas en el término municipal para la “fabricación de vino”, según Domingo Bohórquez, eran la listán o palomina, moscatel, mollar, albina, rey, mantúo de Pilas, montúo castellana, perruna y tintilla. Así como “malvar, vera y corazón de cabrito” para consumo en verde. Es entonces cuando el Marqués de Bertemati obtiene una de las medallas de oro de la XIII Exposición Vitivinícola Universal de Burdeos de 1895 con el Rouge Royal, un vino tinto de uvas Monastrell y Garnacha procedentes de sus viñas de Campano, que llegaron a extenderse por 315 hectáreas.
La filoxera, que ya se había detectado en 1897 en los pagos Matalián, Pozo Galván y Valle, arruina por completo el viñedo chiclanero y acabó con el empuje cooperativista e industrializador de Bertemati, como hizo en toda la península. Poco se pudo hacer. El insecto ampelófago provocó la ruina en todo el Marco de Jerez, no siendo menos en Chiclana, que había cruzado el siglo, según el Padrón Industrial, con más de 75 bodegas y una “larga y prólija relación” de industrias subsidiarias: nuevas fábricas de arguadientes y licores, una fábrica de tapones de corcho, otra de cal y hasta una de jabón.
A finales de 1900, el jefe del Servicio Agrónomico de la Provincia inspeccionó el viñedo chiclanero: “Contrasta el animo el estado deplorable en que se encuentra una riqueza tan importantísima para dicho término y que casi era la única que daba postín y bienestar a la clase obrera o trabajadora”. Y resume: “Considérese el viñedo de Chiclana próximo a desaparecer, si con mano vigorosa no se atiende a su replantación por los porta-injertos americanos”.
En 1911, cuando se registró una plaga de langostas que de nuevo dañó los campos de Chiclana, la producción de mosto ya se había prácticamente recuperado. Aunque en 1914, cuando se creó “La Unión” (Sociedad de Toneleros) y el Sindicato de Obreros Viticultores, fundado por el padre Fernando Salado Olmedo como “caja rural”, “bodega social” e institución benéfica, aún figuraba entre las acciones del mismo el préstamo de maquinarias y entrega de sulfatos para la retirada de vides afectadas por la filoxera. Tres mil obreros participaron en la primera asamblea.
Curiosamente, en ese mismo 1914 se inició en el Ayuntamiento de Jerez una primera propuesta para la creación de una comarca vinícola propia ante los constantes fraudes en el mercado internacional, que el Consistorio chiclanero apoyó de inmediato. La proposición tardaría veinte años en gestarse en lo que en 1934 sería el Consejo Regulador del Jerez-Xérès-Sherry, siendo el padre Salado el vocal elegido para la defensa de los intereses locales, aunque finalmente Chiclana quedaba excluida de la zona de Crianza y de la exportación, aunque logró su admisión en la zona de Producción.
Tras el paréntesis de la Guerra Civil, la viticultura de Chiclana va a vivir, en progresión paralela a las grandes bodegas del Marco de Jerez, una época de plata que se prolonga desde finales de los años cuarenta hasta los tempranos setenta. La superficie irá creciendo hasta alcanzar en 1960 las 2.632 hectáreas, equiparándose a las cifras de finales de siglo XIX. Según Dionisio Montero, “en el padrón de 1962 figuraban 47 bodegueros”, mientras que ocho años después los industriales viticultores eran 81. Además de incontables mosteros o mayetos.
El fuerte crecimiento estaba vinculado al consumo de vino de Chiclana en toda la provincia; pero, sobre todo, a la compra de mosto por parte de las bodegas de Jerez, propiciado por un gran crecimiento de la demanda exterior de los caldos jerezanos. En 1976 el viñedo alcanzaba su máxima extensión: 3.436 hectáreas. A partir de ese año fue descendiendo. Ya en 1983, apenas siete años después, sumaba 2.133.