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Reunir las obras de Javier Ayarza Haro (Castro Urdiales, 1968) y Chiqui Díaz (Madrid, 1967) supone abrir de par en par las puertas a un fiel compromiso por la naturaleza y su conservación. El arte, la escultura, demuestra en esta exposición su enorme capacidad para remover conciencias como instrumento narrativo en defensa del medio ambiente.
Ayarza nos invita a reflexionar sobre el ciclo de la vida. Pero el artista, afincado en la costa de Cádiz, va más allá del naturalismo convencional y sustrae de lo inerte –sus cráneos, los huesos– el poderoso homenaje a la ornitología que conforma su obra.
Chiqui Díaz introduce en su trayectoria –marcada por el amor a los animales y al Aljarafe sevillano– el concepto de “muros”, con obras en las que nos veamos reflejados y que, a la vez, nos impulsen a romper con nuestros límites a cambio de una vida más plena en armonía con el entorno y con nosotros mismos.