La fábrica
De vuelta en Chiclana involucra a su familia en la “Fábrica de Muñecas de Paño”, que crea a nombre de su padre, Dionisio Marín Moreno. Primero en la Plaza Mayor, más tarde se trasladará a cercana plaza del Santo Cristo. En esa primera empresa, registrada en 1928, comienza la historia de la Fábrica, así, sin más, como sería reconocida en Chiclana durante toda su larga trayectoria. Y en la que ya incorpora un lema que definirá para siempre a Pepe Marín: “Vida y arte”.
Durante todas esas décadas, decir “la Fábrica” equivalía a decir Fábrica de Muñecas Marín, nombre de la empresa, ya sociedad anónima. Con el matrimonio con Antonia Andrade, en 1939, Pepe Marín encontrará una aliada para su proyecto. En plena carestía, llegaron a hacerse muñecas con el ajuar familiar. Pero esos muñecos aún eran de trapo, flamencos, sí, pero “grotescos”, como los llegaría a calificar más tarde.
La Fábrica se trasladó a la calle de la Plaza, y con los cincuenta comenzó a entreverse el fantástico éxito internacional. La aceptación de sus muñecas en el mercado, junto la creciente demanda por el público de latitudes diversas y cada vez más lejanas, llevó a cambiar sucesivamente de instalaciones para adecuarla a la creciente producción y acoger la maquinaria y la mano de obra necesaria. No solo vocación artística tuvo José Marín, sino también una vocación empresarial a la que su creatividad no fue ajena.
En los cincuenta y sesenta culminó definitivamente la transformación de las materias primas. Ya no hay muñecas de trapo, sino que ya son de plástico. Además de los modelos –siempre flamencos, siempre andaluces– se van estilizando, ganando en calidad y en perfección a partir de sus bocetos. Pepe Marín alentó, y lideró ya en su sede de la calle Arroyuelo, un proceso constructivo innovador, pero que siempre partía de una sólida formación pictórica y escultórica.